lunes, 23 de enero de 2017

Cerridwen y el caldero de la transformación

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Las cosas no son como deben ser, son como son. Son como las hemos hecho, como las hemos construido poco a poco, día tras día, por años. Por ello, ya que nada es permanente en este mundo cambiante, tenemos siempre la oportunidad de crear nuestra vida como queremos que sea y darle la forma que queramos.

Podemos mirar la vida como un gran caldero sensual y mágico, lleno de colores, olores, sabores, texturas y formas. Todos estos elementos son sagrados y forman nuestra cotidianidad. Combinados de diferentes maneras son hechizos que alteran nuestra realidad, si estamos dispuestos a permitírnoslo. Si aceptamos la oscuridad, viviremos enfocados en ella. Si vivimos cegados por la luz, no veremos nada. Si entendemos la dificilísima dualidad del mundo, experimentaremos una realidad más amplia.


Hemos hecho la vida de una manera. Nos la hemos hecho tal como la vivimos ahora. En este momento de nuevos comienzos, podemos meter en el gran caldero los nuevos ingredientes que queremos usar para crear un hechizo de amor a la vida y de cambio positivo. Lo importante es mantener el caldero siempre bullendo, en movimiento y no perderlo de vista.
El caldero, símbolo de la Diosa en el panteón celta, ejemplifica la regeneración, es el útero simbólico, en el cual la Diosa revivía a los guerreros muertos en batalla, de la noche a la mañana. Posteriormente fue cristianizado y se asoció y reemplazó con el santo Grial. Las diosas celtas Cerridwen, Brigit y Branwen comparten este símbolo.
Cerridwen era la diosa galesa de la regeneración, la sabiduría y la inspiración. El camino de esta diosa, frecuentemente asociada al aspecto de la anciana, es difícil, ya que representa el aspecto más oscuro de la Diosa. Ella puede brindar conocimiento, verdad y sabiduría, que a su vez son la fuente de la poesía; sin embargo, pondrá a prueba a los aspirantes, puesto deben probar si se merecen aquello que buscan. Como maestra puede tomar cualquier forma y presentarse ante el o la aspirante como una prueba física o psíquica. Su camino es el de la transformación absoluta, tal como se relata a continuación:
Cerridwen vivía en una isla situada en el lago Tegid de Gales con sus dos hijos: Creidwy, su bellísima y luminosa hija, y Afagdu, feo, oscuro y malvado. La Diosa, como madre que era, sufría por el infortunio de su hijo, por lo que decidió elaborar una poción mágica para su amado hijo, que le daría un alma hermosa y poseería los dones de la sabiduría y la inteligencia.
Dentro de su enorme caldero combinó hierbas sagradas, risas de niño, cantos de aves, historias maravillosas, agua pura de manantial y lo puso al fuego de troncos de roble, fresno y espino. El contenido tenía que cocerse por trece lunas llenas y un día. Se acercaba la fecha y Cerridwen fue a buscar el último ingrediente que le faltaba, el primer narciso florecido durante la última luna llena. 

Para que cuidara de la poción llamó a un niño llamado Gwion y le advirtió que no debía perderse una sola gota y que ella lo sabría si él se descuidaba. El pequeño se subió a lo alto de un viejo tronco de roble y con un gran palo de escoba meció la poción sin parar. Pero el tronco era viejo y podrido y se rompió. El pequeño cayó y el círculo de madera del fuego se proyectó hacia arriba haciendo hervir, burbujear y salpicar el contenido del caldero. Tres gotas saltaron y quemaron los dedos de Gwion, quien se los metió a la boca, para aplacar el dolor.


En ese mismo momento sus ojos se abrieron de par en par y oyó todo lo del mundo y conoció todos los misterios. Vio el futuro y comprendió el pasado y supo que cuando volviera Cerridwen se pondría furiosa, puesto que él, un mortal, poseía los dones que ella había reservado para su hijo. Por ello se transformó en liebre y corrió rápidamente. Al instante la Diosa supo la verdad y fue tras el pequeño, transformada en galgo, con sus rojas mandíbulas persiguiendo la blanca cola de la liebre. Gwion llegó a un río y se transformó en salmón, pero Ella se transformó en nutria y nadó veloz tras el pez. Entonces él se convirtió en una paloma y voló alto en el cielo, pero la diosa se transformó en halcón y con sus garras estuvo a punto de atrapar a la pequeña ave, que se transformó en un grano de trigo y cayó en un granero. Ella entonces se volvió una gallina negra, lo buscó entre todos esos granos. Lo encontró y se lo tragó.

Al volver a su forma de Diosa, el grano en su interior se transformó en un bebé, al cual llevó en su vientre por nueve meses. Cuando nació no pudo hacerle daño, pues era su hijo, por lo que lo dejó en una mágica cuna, flotando sobre las resplandecientes aguas de un lago. Lo encontró un príncipe, quien lo adoptó, lo nombró Taliesin y lo crió como su propio hijo. Cuando creció, fue el más famoso de todos los poetas, hasta el punto que los sabios y los necios viajaban de todos los confines de la tierra para escuchar sus maravillosas odas.

Del mito tenemos que no sólo es necesario tener los ingredientes que queremos en nuestra poción, en el caldero de la vida, sino que se debe trabajarlos con atención, concentración y cuidado, como la trece lunas y un día en el cual trabajó Cerridwen y el pequeño Gwion. Para poder ver el resultado del trabajo de creación espiritual se requiere pasar por varias pruebas, que pueden parecer insuperables. Por último, la poesía es un lenguaje y un espiritual y todos los que buscamos el conocimiento y la sabiduría, podemos encontrar que el camino que lleva a Gwion a convertirse en Taliesin, está en el trabajo y seno de la Diosa.
Bibliografía:
CUROTT, Phyllis, El Diario de una Bruja, Ed. Robinbook, Barcelona, 2004.
HUSAIN, Shahrukh, La Diosa, Taschen, Singapore, 2006.
ALBERRO, M., “La diosa de la soberanía en la religión, la mitología y el folklore de los celtas y otros pueblos de la Antigüedad”, Anuario Brigantino 2003, nº 26

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